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La producción agrícola ha evolucionado con el tiempo gracias a la ciencia y a continuas innovaciones. También gracias a ellas, se han aumentado la producción y la seguridad alimentaria, y se ha agilizado y facilitado el trabajo de los agricultores.

Sin estos avances, sería imposible producir la cantidad de alimentos que hoy necesitamos para abastecer a una población que se sitúa alrededor de los 7,5 billones de personas en todo el mundo. Si el rendimiento agrícola hubiera permanecido en los niveles de 1961, tendríamos que destinar a cultivos más del doble de superficie de la que destinamos en la actualidad, es decir, el 82% de la superficie total de la Tierra, según la organización global Farming First.
Por ejemplo, las novedades en cartografía por satélite y en tecnologías de la información y la comunicación han transformado radicalmente el trabajo tradicional. En consecuencia, el sector necesita ahora perfiles profesionales cualificados y procedentes de una multiplicidad de áreas de conocimiento.
Y también requiere que los trabajadores de menor cualificación (los que tradicionalmente se han dedicado al campo) abracen la necesidad de innovar y de tecnificar el sector, no solo por una cuestión de productividad, también por su propia salud y seguridad. La automatización contribuye a hacer más ligeras y seguras algunas tareas físicas asociadas con el cultivo. Sin olvidar la necesidad de tender hacia una gestión sostenible de los recursos naturales.
Formación para la innovación
La agricultura es una prioridad para la Unión Europea, que cuenta con el plan Horizon 2020 para promover un desarrollo sostenible del sector. El plan asegura que llevarlo a cabo requiere “crear, compartir e implementar nuevo conocimiento, nuevas tecnologías, nuevos productos y nuevas maneras de organizar, aprender o cooperar”. Es decir, requiere de formar a los trabajadores para hacer frente a todos estos requerimientos.
En Reino Unido, por ejemplo, la secretaría de Medio Ambiente, impulsa espacios de encuentro entre expertos y empresarios del sector para que desarrollen de manera conjunta programas de aprendizaje encarados al fomento de la innovación en la industria.
El objetivo del gobierno británico es triplicar el número de programas de aprendizaje Alimentación y Agricultura para el año 2020. Además, la Federación de Alimentos y Bebidas del país ha estimado que en el horizonte de 2022 se necesitará cubrir 109.000 nuevos puestos de trabajo en el sector, la mayoría de ellos de alta cualificación. Esto representa una revolución en una industria con un gran peso de mano de obra no cualificada.

En España, las diferentes administraciones públicas también cuentan con programas de apoyo a la formación, ya que dos de los grandes retos que presenta el sector, íntimamente ligados a la innovación y a la atracción de trabajadores de cualificación, son el relevo generacional y la modernización.
Es el caso del Centro Nacional de Educación Ambiental (CENEAM), dependiente del Ministerio de Alimentación, Agricultura y medio Ambiente, que tiene un funcionamiento un programa de trabajo sobre el futuro de la Agricultura de “carácter permanente y actualización continua”.
La formación para apoyar a los empleados, por lo tanto, es el principal recurso que las empresas agrícolas tienen que destinar a innovación y debe ser visto así, como una inversión de futuro, en lugar de un gasto. La innovación no es en ningún caso una cualidad innata reservada a trabajadores de estudios superiores o especialmente creativos, sino que puede y debe ser desarrollada en los empleados de todos los niveles jerárquicos y formativos.
De “abajo a arriba”
Por otra parte, la innovación no se refiere únicamente a introducir nuevos productos o servicios, también tiene que ver con la introducción de mejoras en procesos y sistemas, es decir, en hacer más fácil, eficiente y segura la manera de trabajar.
Este tipo de innovación, por lo general, se da “de abajo arriba”, ya que son los trabajadores los que conocen de primera mano y en profundidad esos procesos y sistemas y, por lo tanto, los que más pueden contribuir a mejorarlos. Pequeñas innovaciones sobre procesos ya anticuados han dado lugar a incrementos de la productividad notables. Por su parte, el papel de la compañía es promover una cultura de comunicación transparente, que permita e incluso impulse el surgimiento de estas ideas innovadoras.
Los responsables de los equipos de trabajo deben liderar con el ejemplo, impulsando el surgimiento de nuevas ideas y creando, en la medida de lo posible, espacios para compartirlas y debatirlas.
Este impulso de la innovación conlleva asociado también la pérdida del miedo al error; las mejoras (de mayor o menor calado) a menudo surgen de múltiples fracasos anteriores, que muestran lo que no funciona hasta que se descubre lo que sí resulta exitoso.
Para que esta generación de nuevas ideas sea también un factor de motivación y compromiso de los trabajadores es necesario implementarlas de manera rápida. Los trabajadores tienen que ver el fruto de sus iniciativas, que también se les deben reconocer de manera apropiada.
La innovación tiene que convertirse en un valor transversal en la cultura de toda empresa que aspire a tener éxito, por supuesto también en el sector agroalimentario. Impulsarla es posible si se acepta como apuesta de futuro imprescindible.