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Cuando aún nos estamos adaptando a la incorporación masiva al mundo del trabajo de los millennials (los jóvenes nacidos aproximadamente en las décadas de los ochenta y los noventa), empieza a presionar para entrar en el universo laboral una nueva generación, aún más joven y que nos resulta más desconocida: la Generación Z, la primera del siglo XXI.

Son los adolescentes y niños nacidos desde finales de los noventa, también llamados The New Silent Generation, para los que los teléfonos siempre han sido “smart”, los mensajes se escriben en menos de 140 caracteres y Michael Jackson es un personaje histórico.

La Silent Generation original está formada por los profesionales ya retirados nacidos alrededor de la Segunda Guerra Mundial (y de la Guerra Civil, en el caso de España) y cuya visión del mundo quedó profundamente marcada por ella y por los años de escasez que le siguieron.
La nueva “Generación Silenciosa” recibe este nombre porque también le ha tocado vivir en un mundo en conflicto, en este caso el surgido tras los atentados del 11 de septiembre en Nueva York, y en un entorno socio-económico complejo e incierto derivado de una profunda crisis. En ambos casos, los entornos han dado lugar a personalidades que apuestan por la seguridad económica (se prioriza el ahorro al gasto) y que muestran gran preocupación por las opciones laborales.
Pero más allá de la incertidumbre, la conflictividad y la escasez económica, pocos son los puntos que tienen en común ambas generaciones silenciosas. Si la primera, llamada también “tradicionalista”, se rige por estrictos valores morales, familiares y laborales (la cultura de la austeridad, el respeto a la autoridad, la fidelidad absoluta y a largo plazo al propio empleador, etc.), la segunda, es más individualista, vive hiperconectada a la aldea global, pero tiene un claro déficit de habilidades interpersonales, es poco amiga de las jerarquías y sabe que su vida laboral estará ligada a múltiples empleadores de múltiples maneras diferentes.
El mundo en las redes
Para los menores de 20 años, el mundo está en las redes sociales, pertenecen a muchas, enormes y diversas comunidades cuyos miembros no han tenido nunca relación no virtual, de ahí que sus habilidades sociales se resientan.

Flexibilidad, entorno económico-laboral incierto e individualismo convierten a los jóvenes en candidatos perfectos a la emprendiduría

Sin embargo, el hecho de haber nacido en un contexto altamente tecnológico, con omnipresencia de internet, hace que sea, no solo la generación con más conocimientos en este ámbito, sino la más preparada para comprender y utilizar las innovaciones que aparezcan a corto y medio plazo. Hasta el punto de que el 65% de ellos podría dar lecciones de tecnología a sus compañeros de más edad, según el último estudio trimestral sobre mercado laboral Workmonitor que realiza Randstad en 32 países.
Otro ámbito en que los profesionales de menos edad pueden enseñar a los demás es la flexibilidad y la conciliación de la vida personal y profesional. En este caso, también según el estudio Randstad Workmonitor​, el 45% de los jóvenes podría transmitir conocimientos sobre ello a los compañeros de generaciones más mayores porque el equilibrio de lo laboral y lo personal es un tema prioritario para ellos.
Flexibilidad, entorno económico-laboral incierto e individualismo convierten a los jóvenes en candidatos perfectos a la emprendiduría.
Más de cuatro de cada diez jóvenes encuestados por Gallup y Operation HOPE cree que trabajarán por cuenta propia en el futuro, el 63% piensa que el espíritu emprendedor se debe enseñar en la universidad, y el 3% de ellos, de hecho, ya ha creado un negocio antes de cumplir los 20.
Ocho segundos de atención
Uno de los grandes retos personales y profesionales que tendrán que encarar los profesionales de la Generación Z, además de la escasez de habilidades para las relaciones interpersonales, tiene que ver con la comunicación.
Si a la Generación del Milenio se le llamaba coloquialmente la Generación Youtube por la importancia que tomaba la imagen en movimiento, la Z está marcada por las comunicaciones rápidas, los mensajes cortos y la preponderancia de los iconos y símbolos sobre los textos. Además, en muchos casos, la rapidez se prioriza sobre la calidad de los mensajes, que se consumen igual de rápido que se crean.
El National Center for Biotechnology Information ha calculado que los menores estadounidenses pueden mantener su capacidad de atención centrada en un foco una media de ocho segundos. frente al lapso medio de 12 segundos en el año 2000.
Los datos indican que los cerebros de los niños y adolescentes se están adaptando a procesar más información en menores periodos de tiempo y que las informaciones les deben ser suministradas en píldoras más pequeñas. Es decir, son capaces de consumir mayores cantidades de información, pero captar y mantener su atención es cada vez más difícil. La comunicación debe ser rápida, en cambio difícilmente puede ser precisa y tener profundidad.
Por último y en cuanto a cuestiones sociales, si los jóvenes llegan pisando fuerte en tecnología porque han vivido siempre rodeados de ordenadores, teléfonos inteligentes, tabletas y otros dispositivos, también han aceptado como naturales otras cuestiones que han planteado numerosos retos para las generaciones más mayores, como la integración de la diversidad derivada de la globalización, la aceptación (quizás aún más teórica que práctica) de la equidad de género y la preocupación por el impacto de la actividad humana sobre el planeta. Diversidad, igualdad y sostenibilidad son temas que no plantean en términos de problema, sino de realidad incuestionable a aceptar y respetar.
Diferencias aparte, las diferentes generaciones conviven día a día en las empresas y los gestores de personas deben procurar que esta convivencia sea, no solo fluida, sino enriquecedora. Todas ellas pueden aportar conocimientos y nuevos puntos de vista a las demás, lo que redunda en beneficio propio de los trabajadores, las empresas y la sociedad, en general.​​​